
Los días 17 y 18 de julio de 1936, una parte del ejército español contraria a la República se alzó en armas con el fin de dar un golpe de Estado. Se iniciaba así la conspiración urdida durante meses por un grupo de militares de ideología conservadora que, ante el fracaso parcial de la sublevación, desencadenó el inicio de la Guerra Civil, enfrentando a España en dos bandos: el republicano y el sublevado.
La noticia llegó a Pradejón el sábado 18. El Ayuntamiento y las organizaciones de izquierda hicieron rondas de vigilancia con unos 200 voluntarios armados, la mayoría afiliados a Izquierda Republicana, CNT y UGT. Sin embargo, el domingo 19 se sublevaron Logroño y Calahorra y el lunes 20 lo hicieron Lodosa y Mendavia, convirtiendo al Pradejón republicano en un foco aislado.
El martes 21 de julio, el ejército sublevado y las milicias voluntarias de Falange y Requeté, entre las que marchaban curas armados, tomaron Pradejón sin resistencia. Se leyó el bando del general Mola y se declaró el Estado de Guerra, siendo sustituida la corporación republicana por una nueva. Algunos pradejoneros colaboraron en los apresamientos, delatando a sus propios vecinos y facilitando las primeras detenciones. El miércoles 22 se descubrió una supuesta "trama terrorista" y el alcalde en funciones detuvo en el campo a Venancio Íñiguez Ezquerro y a su hijo Tomás, picapedreros acusados de facilitar pólvora para construir bombas. Aunque estos lo negaron todo, se detuvieron unos 30 vecinos por la existencia de "más de un centenar de bombas, algunas de 15 Kg de peso (...) escondidas en diferentes lugares, habiéndose cogido ya casi todo este material, así como numerosas armas y municiones". Ese mismo día, Venancio Íñiguez y otros cuatro pradejoneros serán los primeros fusilados.
A saber, el alcalde Perfecto Miranda, el concejal Santos Ezquerro, el juez municipal Simón San José, el alguacil Máximo García, el guarda de campo Manuel Ezquerro y el pastor protestante Simón Vicente, fusilado para disgregar la comunidad evangélica y considerado por el nuevo alcalde como "el principal inductor de los hechos censurables cometidos durante el mando de la República". Junto a estas figuras públicas también se fusilará a vecinos afiliados a partidos políticos o sindicatos obreros de izquierda, en su mayoría campesinos y jornaleros afiliados a la CNT, buscando así su desarticulación.
La pertenencia al protestantismo no será un factor determinante para el fusilamiento, pero los fieles perderán el derecho a ejercer sus creencias, en público o en privado. En los primeros días del conflicto, los sublevados prenderán fuego a la capilla y, meses más tarde, las milicias de Falange y Requeté incautarán estos locales para establecer su cuartel general.
La usurpación ocasionó un incidente diplomático con Estados Unidos, ya que los inmuebles pertenecían a la American Board. Por ello, el cónsul estadounidense, con residencia en Vigo, reclamará a las nuevas autoridades la devolución de los inmuebles, sin obtener respuesta del consistorio. Cuando Casimira Rivas, viuda del pastor protestante y exiliada en Francia, supo lo sucedido, juró regresar una vez vencidos los sublevados para reconstruir la comunidad evangélica. No sabía aquella mujer que moriría en el exilio sin poder regresar.
Fervorosa creyente, estaba convencida de que la crueldad de la que habían sido víctimas no quedaría impune. Sobre sus hijas, enviadas como refugiadas políticas a la Unión Soviética, escribió que "se fueron de luto por la muerte de su padre; pero volverán de rojo y verán el castigo que Dios dará a los asesinos".
Conforme los días pasaban y se hacía evidente que las nuevas autoridades llevarían a cabo una represión planificada y sin garantía jurídica, muchos izquierdistas decidieron esconderse o huir hasta alcanzar la frontera o el bando republicano. Serán pocos los que lo consigan y la mayoría acabará frente al pelotón de fusilamiento. Uno de los muchos casos fue el de Julio Ezquerro, quien pasó varios días bajo el agua del canal de Lodosa respirando a través de una pajita, hasta que lo descubrieron y fusilaron allí mismo. O el de Marino Martínez, quien con tan sólo 15 años anduvo errante por el campo durante varios días, hasta que le venció la voluntad y decidió entregarse, siendo también fusilado.
Junto a estos y otros casos, debemos sumar los de los pradejoneros que cumplieron penas de cárcel, los que tuvieron que pagar multas económicas por "responsabilidades políticas" y, cómo no, las mujeres republicanas que, por ser "rojas", fueron humilladas tras suministrarles aceite de ricino y raparles el pelo al cero, para después exhibirlas al escarnio público, viéndose obligadas a vivir en la pobreza, sin quejarse y con el dolor de haber perdido al marido y/o a los hijos en la guerra.
Durante los primeros meses, los sublevados engordaron sus filas mediante voluntarios. En Pradejón fueron bastantes los que se alistaron por voluntad propia, aunque hubo quienes lo hicieron por miedo a represalias, sobre todo los del Tercio Sanjurjo, unidad en la que 50 pradejoneros lucharon desde septiembre de 1936. En teoría, esta se componía de reclutas voluntarios procedentes de Calahorra y otros pueblos cercanos, pero tras este supuesto voluntariado se ocultaba la verdadera intención de la unidad: el reclutamiento forzoso de aquellos hombres de lealtad dudosa o sospechosos de ser de izquierdas, reuniendo así en el mismo cesto a todas las "manzanas podridas". Tanto fue así que el 42% de los pradejoneros alistados en el Tercio Sanjurjo desertó al bando republicano una vez en el frente.
Conforme la guerra avanzó, el voluntariado fue sustituido por la leva de quintos. La necesidad acuciante de hombres en edad de combatir acelerará la llamada a filas, hasta alcanzar sus cotas más altas en 1939, cuando los reclutados sean jóvenes de tan sólo 17 y 18 años: la "Quinta del Biberón".
La Guerra Civil no dejó indemne a nadie, ni siquiera a las familias del bando sublevado. De todos los rincones de España llegarán todos los meses noticias de defunción a Pradejón, acompañadas a veces de algunos efectos personales del fallecido. Al dolor de la pérdida, se sumó la falta de medios de vida de un pueblo que había perdido su mano de obra más joven, ocupada en la lucha o desaparecida en el combate. Dan testimonio de ello las solicitudes presentadas por el alcalde a los mandos militares, reclamando la concesión de unos días de permiso para aquellos soldados que eran necesarios en la temporada de cosechas. Prácticamente todas las familias quedaron marcadas por la tragedia, que para la mayoría no terminó el día de la Victoria, inicio de la dictadura del general Francisco Franco.
Fuente: Wikipedia.